Piensa

Piensa

martes, 10 de diciembre de 2013

Odio


No puedo decir que te odio, ya sería tarde. Pero cada día que pasa se me hace más difícil recordar lo dulce, lo hermoso, lo bueno. Aquellas cosas que nos unieron en esa historia que muchos hicieron suya sin vivirla, hoy parecen fragmentos de sueños soñados de esos de los que nunca estarás seguro…

No hubiese querido que partieras de esa manera, pero lo hiciste. Me preparé sólo porque tú nunca lo hubieses hecho. Mucho tardé en entender la ausencia de una honesta despedida, de un adiós. Cerraste los ojos más de una vez y te escapaste de este mundo como si supieras lo que me esperaba.

No puedo decir que te odio, sería ya tarde. Aquellas criaturas inocentes, no lo son más. Al parecer te extrañan (de seguro lo hacen) y me culpan por ello a cada segundo que pasa. Más de una vez han deseado que fuera yo el que ya no existiera, más de una vez han soñado en mis cenizas, más de una vez han escrito sobre el día en que yo muera.

Solo recuerdan la historia de tus caricias y tu sonrisa amarilla y verde mar, no los culpo. Solo recuerdan que no estuve por momentos, solo recuerdan mi grito desesperado, apenas recuerdan un no, a secas porque no había… (sabes que nunca hubo).  Recuerdan los momentos felices de arena y agua salada, los mismos que con las saetas venenosas de sus palabras me han hecho olvidar.

No puedo decir que te odio, ya es muy tarde. No me oirías y sería injusto. Cómo no escapar  de un mundo tan jodido, cómo no escapar de tu sufrimiento y tu dolor. De la deformidad y de la pena,  de la angustia de ver crecer libres, las vidas que hicimos entre amores y rebeldía.

Solo te reprocho que no seas el ángel que les sostiene y les llenas de paz. (Aún les miro perdidos, desorientados). Que no les dijeras que del silencio de la muerte se aprende también a vivir… que el verdadero amor no es mezquino y se disfruta aun cuando sea ajeno. Te reprocho que los hayas dejado tan solos en la niebla de tu ausencia, tanto que no reconocen la figura de quien te acompañó fiel hasta tu partida. 

No te puedo decir que aquel amor de amores se convirtió en odio, por ellos, por mi… porque ya es muy tarde. 

Y así...


Y así…

Escuché alguna vez del dolor de ser padre, pero con honestidad jamás pensé que lo llegaría a experimentar. Siempre viví para ser un ejemplo del que se sintieran orgullosos, alguien digno de sus miradas, de sus sonrisas…, digno de imitar. Esa ilusión se desvaneció de golpe en los últimos años… “debiste haber muerto tú, queremos a nuestra mamá de vuelta…”
 A los veintiún años me enteré que nacería la hermosa Paola, y poco después seguiría el imponente Cristian. Y los eché adelante contra viento y marea, contra la mala sangre, el exceso de odio y la carencia de amor, comprensión y leche. Por error o por fortuna juntos construimos una isla, esta carecía de puentes que más adelante íbamos a necesitar.
Fui vendedor en tiendas, instalé extintores de incendio, fui maestro de escuela, pinté rejas. Talé patios, vendí libros puerta por puerta, también vendí seguros, trabajé en oficinas, y también vendí mis sueños. Nunca me importó, ser padre era mi causa. Después de todo, yo nunca tuve uno, al menos que se pareciera a mí. Con todo y a pesar de todo, también jugué, fui a las canchas, a Culebra y a la iglesia. Ellos (mis hijos) quizás fueron los campistas más jóvenes. También dimos la vuelta a este hermoso país más de una vez, y soñamos con más. Juro que siempre lo intenté.
Los llevamos a estudiar a colegios, compramos una casa y un carro sin poder. Ya no todo era sonrisas, hubo gritos, falta de tiempo, tensión y llanto. Nevera vacía, cuentas sin pagar, cortes de agua y luz. Es cuando se comienza a escuchar la estridente frase… “no hay chavos, no se puede”. Y se repetía el llanto y los gritos mientras que en el teatro de la felicidad me empecé a convertir en el ogro.
Sin darme cuenta, pero muy consciente (la contradicción de mi vida), subsané la percepción de personaje obscuro comprando y prometiendo cosas. Funcionó por un tiempo, fui un papá “cool” y el marido perfecto.

La enfermedad no llegó infiltrada, como suele suceder con algunas. Todo ocurrió de prisa, como cuando te golpeas el dedo pequeño del pie con alguna esquina. Primero fue una artritis reumatoide que inmovilizó la mamá de los chicos. Sí, porque también fui esposo, y nunca fallé. Era una de esas áreas en las que tampoco me permití imitar a mi papá…
Manos, pies y rodillas. Cantidad de veces la montaba en su guagua, le ponía el cinturón y la palanca de cambios en “drive” para que llegara a su trabajo. Allí alguien la ayudaba a bajar del auto y a subir las escaleras hasta su oficina. De repente la “manchita” que un médico amigo nos mencionó como inofensiva se convirtió en aquel monstruo cancerígeno que terminó arrasando con su vida.
Siempre estuve allí, siempre procuré dar lo mejor de mí, así lo había jurado.  Fue un duro proceso, ella luchó cual guerrera y se aferró a la vida cuantas veces pudo. Nos despedimos varias veces, en muchas de ellas ya le era yo un desconocido. Un día despertó de su letargo y canto su ultimo canto, una despedida, su adiós...

Y la soledad me abrazó muy fuerte, aunque ya éramos viejos conocidos. Quise creer que iba a ser definitivo, pienso que hasta me lo propuse y mis hijos disfrutaron de aquellos días. Playa, salidas y viajes. Huía de la soledad amiga, mientras inventaba una manera de reducir el dolor de mis hijos. Ciertamente su pérdida era mayor que la mía. Por mi parte, experimentaba una sensación de cansancio extremo, algo así como una deshidratación de espíritu. Una especie de distrofia en el musculo del corazón, tenía el deseo que se moviera pero no me hacia caso. Una amiga me dijo una vez, “verás que amarás otra vez, corazones como el tuyo no saben hacer otra cosa…”. Como Pedro, lo negué tres, cuatro veces.
Finalmente llegó el amor de forma repentina, disfrazado de una segunda oportunidad y envuelto en una eterna sonrisa. Pensé en aquel comentario profético, y no lo dejé pasar. Claro que los chicos no lo entenderían, no lo perdonarían. Tampoco la iglesia, mis compañeros de estudio,  mentoras en asuntos de la psiqué: “no lo esperábamos de ti”, “te agarraste a la primera rama, “a solo tres meses”, “son momentos de vulnerabilidad”, “debieras esperar”, “te das cuenta de quién es…”. 
En fin, descubrí de la manera más complicada que para muchos la felicidad es un perro realengo que patear, o que dan de comer por pena. Que solo unos pocos ven lo que hay tras los golpes, las pulgas, la sarna y el sucio…y lo hacen suyo.

Justo cuando decidí buscar la Felicidad (mayúsculas intencionales), se deshizo la admiración que generó sobre mí la historia del esposo abnegado y el padre sacrificado. Fue entonces cuando nació la leyenda urbana del padre que se enamoró de la mamá de la novia de su hijo… 

Memorias repetidas...





      Julio partió del calendario preñado de toda gama de emociones. El extraño menjurje de sensaciones que empapó cada día, sacó de paseo las reticencias de mi pasado reciente que vestidas de maestra, me dejaron lecciones que resultaron libertarias. La ironía practica de eso a lo que algunos llamamos Vida me obligó a hacer una relectura de algunos capítulos de mi muy particular travesía… y me reencontré con el abrazo solidario de Javy y Mami y de un diminuto grupo de fieles e imperfectos amigos. También, con el poder de un amor tan subestimado y a la vez con el agradecimiento inmerecido de una nueva familia.
Que mientras acompañaba a Don Paco en el comienzo de su nuevo viaje… me acerqué al significado que tiene para los hijos la pérdida de un ser de su talante y debo confesar que lo envidié. Me vi en Maru y sus hermanos, en mi madre cuando partió Papa Mon, en mis hijos… y entendí de mi incapacidad para llenar tal espacio. Que afrontar la muerte nuevamente, como mencionara Rollo May, me abrió a una realidad más positiva de mi propia vida. Me ha sumido en el proceso de considerar mi existencia individual de una manera real, absoluta y concreta. La muerte es de esos estados que no resultan del todo relativos, por lo aspiro a que estando consciente de ello encuentre una calidad absoluta a mi existencia, y a todo lo que hago cada hora de mi vida… 
Bienvenido agosto…!

Un amigo de la calle...

     Lleva algunos años en la oscuridad de la calle, la mayoría de las veces es gentil, conversador y un voraz lector. Fue quien hace varios meses me llevo al techo del edificio al que llamaba casa para mostrarme un hermoso huerto y me regalo algunas plantas «pa' motivarme». No supe de el por algunos meses, hasta anoche... Al principio se escondió entre los demás, andaba en lo suyo, para luego volver a hablar como viejos amigos... -Franklyn te quedan de las matitas? -algunas de las albahacas que me diste, respondí riendo con un poco de vergüenza por mi intento fallido como agricultor urbano... -sabes, dijo, en algunas culturas una albahaca bien cuidada en la casa significa suerte... - con una mueca parecida a una sonrisa, riposté un «a mi no, mi pana»... Giovanni entonces me contesto -no entiendes de suerte- tratando de contener un gesto compasivo (lleno de pena). -tienes toda la que la vida te puede dar- estas aquí regalándonos tu tiempo, tus hijos te aman, tu esposa está aquí acompañándote. Me refiero a esa suerte, que esta tan cerca que no la vez... Yo si sé de suerte... hoy pude hablar contigo. Entonces reí con nostalgia, y enmudecí.... Gracias, pana.!